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viernes, 25 de septiembre de 2015

Convivios Humanos Y Ansiedad




Siento que vivo en un constante vórtice de confusión y miedo. Qué lindo es ser yo, de verdad.



No es la mejor manera de hacerlo, pero voy a hablar de esto de todos modos, porque ustedes son mi público y creo que es algo que es necesario. Hablarlo, no presenciarlo.

No pretendo que me entiendan. Créanme, y como le dije a mi amiguita Karli, a estas alturas de mi vida, lo que menos espero es que me entiendan. Sólo quiero sentirme bien conmigo misma. Si la demás gente está de acuerdo conmigo o no, es su problema, y no mío.

Pero, bueno, allá va.




No sé cuándo se remonta esta historia. Tampoco quiero hacérselas muy larga, porque qué flojera leer una historia que no tiene final y que ni siquiera tiene dragones como personajes, pero tenemos que hablarla.


Supongo que para mí era normal vivir así. Ya saben, nunca he sido de muchos amigos, ni de salir mucho. Prefiero la calma de mi música, el silencio de mis libros y la compañía de mis películas. Claro, era -y soy- capaz de disfrutar de una partida de básquetbol amistoso con otros seres humanos y de vez en cuando admitía que me gustaba estar con ellos.

Asumo que vivía así porque por lo mismo, la escasez de mis posibilidades de salir al mundo y convivir eran muy reducidas. Me parecía bien así. Me pre-adolescencia fue tranquila por ese aspecto.

Pero cumplí quince años y me dije a mí misma: "Bueno, ya estoy en edad de salir con mis amigos". Y me decidí a salir con ellos, a participar en sus planes y ser un agente más activo en mi vida social. Quería sentirme aceptada, quería sentirme parte de algo, quería sentirme, vaya, "normal".

Y de verdad me esforcé. Me esforcé mucho.

Ponía buena cara ante sus descabellados planes. Accedía de buena manera a participar en sus eventos. Me complacía ver las sonrisas en sus caras cuando me veían llegar a nuestro punto de reunión. Me reía ligeramente ante los recuerdos de nuestras aventuras.

Pero algo dentro de mí me indicaba que no estaba bien. Que quizás no debería ir, que quizás estarían mejor sin mí, que quizás yo estaría mejor sin ellos...



Callaba esa vocecita en mi cabeza, por temor a verme muy pinche demente. Y la situación de que mi mejor amiga de entonces -Yazmín, si lees esto, holis- se ponía en plan: "Si tú no vas, yo tampoco voy", me obligaba a participar, aún cuando tenía cero apetito de estar ahí.

Me parecía normal querer rechazar ciertas invitaciones. Es normal no querer salir de vez en cuando. Lo entiendo.

Pero, de eso, a que estés esperando con ilusión cierta fecha y que tus problemas de ansiedad salgan a relucir un día de la pinche nada -como periodo menstrual inestable- y te arruine la existencia, es un mundo de diferencia. Una galaxia lejos.




Y bueno, esta semana me sucedió esto -OTRA PUTA VEZ-, pero quise que fuera diferente.

O sea, yo tenía MUCHAS ganas de irme de ebriDIGO de hacer una pijamada con mis amiguitas de la carrera. De verdad. Estaba muy emocionada. Me gusta hacer cosas que normalmente no hago, para ver qué tal, y lo cierto es que yo confío mucho en ellas -buena o mala decisión, ustedes decidan-, así que no tenía nada de qué preocuparme.

Literal, me aventé un par de rounds con mis papás porque los muy cerrados y paranoicos no querían dejarme. O sea, sí, me voy a quedar a dormir en casa ajena, pero es casa de una AMIGUITA mía, o sea, yo confío en ella y ustedes también deberían.

Total que jugué la carta de víctima -como siempre- y les recordé lo mucho que me habían arruinado la existencia al haberme negado ir a ver a Sam bebé Smith <3 y les peleé mucho más. No pudieron ganarme, así que terminaron por darme permiso.

Yo ya estaba imaginándome en mi cabeza cómo sería todo: Nos quedaríamos en casa de Di, yo me pondría mi pijama primero porque soy la más maricona, Fany prepararía las bebidas, Sol y Anel se pondrían hasta el chongo y nos divertiríamos mucho :3 Contaríamos cosas de las que no hablamos en la escuela. Nos desvelaríamos y al final, después de risas y secretos, nos quedaríamos dormidas, repartidas por la casa de Di.

Sonaba muy bonito. Yo quería ser parte de ese cuadro, de veras que sí.

Y no fue así.




Me cambiaron los planes.

Y aunque ahora no fuera en la casa de Di, sino que sería en la casa de Anel, después de la fiesta de su nena -cumplía 4 años-, no se desvaneció la emoción. Yo estaba emocionadísima. De verdad quería compartir ese recuerdo con ellas.

Fany insistió mucho en confirmar nuestras asistencias, porque mega obvio no llevaría una bebida si no íbamos o algo.

Yo aseguré que iría, porque era verdad. Quería ir. Podía ir. Tenía que ir.


No fui.




Seguro han puesto la misma cara que Finn en la foto anterior, jijiji.

¿Por qué no fuiste, si tantas ganas tenías de ir?


Bueno, porque aparentemente no lo decido yo. Si un día mi ansiedad amanece a niveles decentes y respetables, puedo salir y hacer mi vida con total -no tan total- tranquilidad. Si un día mi nivel de serotonina amanece a niveles óptimos, soy capaz de caminar por un monte durante cuatro horas en el cruel frío madrugador de noviembre. Soy capaz de correr por cinco kilómetros durante una "lunada". Soy capaz de todo, de luchar contra Jason Vorhees, de visitar a Diosito y Buda en el cielo, de cantar canciones de Juan Gabriel, de escribir un best seller o algo.

Pero cuando no, de verdad, no hay poder humano que me anime.


El domingo pasado tuve problemas con alguien a quien no voy a mencionar porque sé que me lee y qué oso que me diga algo de esto, porque no es como si le estuviera echando la culpa. No es culpa.

Pero digamos que me afectó más de lo que quería permitir, así que el lunes no fue un buen día. Mi nivel de ansiedad y estrés estaba hasta sus límites. Llegué a mi servicio y el profesor comenzó a decirme mamada y media de que si iba a ir cuando se me diera la gana, que cuál era mi horario, que porqué no había ido el viernes -tipo, el hombre me dijo que el viernes no fuera porque no "me ocuparía", y aunque de todos modos terminé yendo, no estuve con él- y así. Mega intenso el asunto. Yo respondí tan diplomática y honesta como pude, pero me desesperó y me faltó poquito más de dos preguntas para que le terminara gritando frente a los niñitos que hacían sus actividades, muy ajenos a nuestra conversación.

Tuve un dolor de cabeza muy insistente durante todo el día y para acabar el día, terminé quedándome dormida como una hora en el PISO de mi salón de clases. Me sentía mal. Tanto física, como emocionalmente.

Me dolía la cabeza y me pesaba respirar.

Pero tenía que seguir usando la cabeza y tenía que seguir respirando.

La semana no mejoró.

O más bien, las cosas mejoraron, pero yo estaba tan ocupada luchando contra mi ansiedad, estrés y tendencias depresivas, que no noté ninguna mejoría.

Qué horrible semana. Quise morirme.





Cuando son estos casos, me siento muy mal. No físicamente -bueno, sí, un poco- pero emocionalmente es como una cruda. Es horrible, porque me siento mal por sentirme mal, y me siento mal que otros se preocupen por mí y me siento mal porque no sé qué responderles o cómo explicarles qué me sucede, me siento mal porque no tengo razón para sentirme mal, me siento mal porque no sé cómo dejar de sentirme mal.

Y así, sucesivamente. Es un ciclo de nunca acabar.

Y por más que quise poner buena cara y por más que quise animarme y por más que quise ser parte de los demás, no pude.

Otra vez era aislarme, otra vez era preferir no hablarle a alguien ni que alguien me hablara, era otra vez tener que salir al mundo a fingir que todo iba bien, era otra vez tener que callarme mis quejas, y era otra vez tener que luchar contra las lágrimas que amenazaban con romperme. Era otra vez tener que fingirme una extraña.


Qué feo suena todo eso.
Imagínense qué feo se ha de sentir :c





Y quise obligarme. Quise, porque me lo merecía, me merecía salir una noche con mis amigas, porque mis amigas se merecían mi compañía, porque era bueno, era sano y porque lo quería.

Lo intenté, de verdad que sí. No pensé demasiado en las cosas cuando metí mi pijama de changuitos en una bolsa de plástico, o cuando busqué un cepillo de dientes nuevo o mi cepillo para el cabello. Ni siquiera conté cuántas liguitas había metido a la mochila -por eso del peinado-. No pensé mucho.

Y cuando me vi en la situación, cuando ya estaba en la fiesta, cuando mis padres ya me habían permitido pasar la noche en casa ajena, cuando ya estaba entonándome con un whisky que mi amiguita Anel preparó, cuando pasó todo eso, algo estalló dentro de mí.

Pánico, ansiedad, estrés, miedo, y más pánico. No quería estar ahí. Sabía que había querido obligarme a mí misma, y sabía que debía pasar por eso.

Pero de verdad no podía, no podía. No estaba cómoda. Estaba triste. Quería estar en mi casa y llorar cuando me bañara. Quería estar en la quietud de mi cuarto, donde nadie me hablaría. Quería estar sola.




Y ustedes dirán: "pinche compañía fiestera eres, mariana" y pues, sí, la neta sí.

No sólo decepcioné a mis amiguitas, sino que me decepcioné a mí misma. Eso fue lo horrible del asunto. Siento que me traicioné al salir huyendo de la fiesta como una cobarde, como un perro con la cola entre las patas.

Pero siento que si me hubiera quedado, no sería capaz de siquiera mirarme a la cara.


No sé, estoy en un vaivén de emociones intensas.

Me siento decepcionada, pero me siento aliviada, pero me siento angustiada, pero me siento tranquila, pero me siento triste y luego me siento sin sentimientos.




:(

No sé cómo concluir.

Tener que enfrentar a mis padres después de que me recogieron en Delta a las nueve de la noche no fue lindo. Tener que enfrentar lo que mis amigas pudieran pensar de mí no fue lindo. Tener que enfrentar mis propias opiniones, NO es lindo.


¿Y, entonces, qué voy a hacer?


Pues no sé.

Tengo que ver a un psiquiatra, porque quiero que me medique. Tal vez no lo necesito, tal vez sí. Necesito quitarme de dudas ya. Porque este problema de ansiedad no es sólo producto del contexto y mi personalidad/carácter -según los psicólogos-, sino que yo presiento que es químico.

Pero hablar con Karli, otra amiguita de la carrera, me alivió mucho. No entiendo cómo estando tan chaparrita sabe tanto, pero ok.

Hay días en los que estamos bien, hay días en los que estamos mal. Y decir que "no", no nos hace mejor o peor persona. No puedo obligarme a "disfrutar" de mis amistades, porque perdía la esencia del disfrute. No puedo obligarme a hacer algo que no quiero.

Porque aunque quiera, a veces no se puede.

Y luchar contra mi ansiedad es una guerra de mil años.


Porque este miércoles perdí una batalla.

Pero no he perdido la guerra.







Es un problema meramente personal. No tiene qué ver con la persona. Este problema me ha impedido de salir con Ale<3, con Ángel <3, con Karli, con Yaz, con Diego, con mis demás amiguitos. Me ha impedido de ir a eventos especiales -como mi graduación de la preparatoria-, me ha impedido de conocer gente increíble -como el maestro practicante de deportes de mi primaria que estaba mega guapísimo-. Me ha impedido muchas cosas.

Y si me obligo a hacer las cosas, es porque temo de estar perdiéndome mi propia vida.  Porque no quiero dejar que esto me gane, a mí o a mis ganas de vivir.

Pero a veces no se puede, y mientras no haya respuesta a mi problema, mis subidas y bajones seguirán.

Así que no les voy a pedir que me entiendan, claro que no. Tampoco les voy a pedir paciencia o comprensión.

Pero sí les voy a pedir respeto. Y sobre todo, que recuerden algo:

Soy más que mis problemas mentales. Lo soy. 



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