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viernes, 18 de diciembre de 2015

La Navidad Que Se Robaron






La navidad siempre me ha parecido algo triste. Hay cierta melancolía que vuela en el aire que me hace pensar en lo que dejé atrás. El frío que me envuelve me recuerda que el calor de algunas personas no está más aquí. Hay algo en el tráfico, la multitud y la preocupación de las demás personas que me hace pensar que realmente no somos nada más que seres insignificantes intentando hallarle sentido a la vida, a través de encontrarle un propósito a lo que hacemos.

Es algo depresivo, por supuesto. A veces pienso en las personas que tienen frío, que tienen hambre y que no pasarán una navidad. A veces pienso en que hay más cosas tristes que alegres en las festividades de invierno y entonces me dan ganas de matarmDIGO de encerrarme en mi cuarto y salir hasta el siete de febrero.

Bueno, pero soy yo y según lo que he leído, está comprobado que los indíces de depresión se elevan en la generalidad de la población por estas fechas. Ah, y también se suelen separar más parejas, so... watch out, friends!


Esta entrada no es sobre lo depresivo que puede resultar el clima y la aglomeración de personas en centros comerciales buscando regalos.

La navidad es bonita, es buena.

O sea, sí, haciendo de lado el clima tan horrible -a mí no me gusta el frío, aunque sé que a la mayoría de las personas lo prefieren al calor, pero allá ustedes-, y las confusas ofertas en la comida y los regalos, la navidad es bonita.

Es una excelente razón para que se junte la familia, los amigos. Para recordar lo que pasó durante el año, agradecer lo que tenemos y para rectificar nuestro compromiso como humanidad.

Pero, desde hace unos años para acá, me vengo dando cuenta que la navidad ha estado cambiando y ha dejado de representar el nacimiento de un Jesús de Nazaret y se ha convertido en un circo INSUFRIBLE.







Todo empieza cuando tienes diez años.

Te encuentras a ti misma en tu cuarto, luchando contra esas detestables botas cafés acolchonadas, sufriendo porque a tu cabello le aparecen miles de nudos por cualquier a causa del frío, y debatiéndote entre morir aplastada por aquella chamarra gigante que pesa más que tú, o morir congelada allá afuera, en las calles de la ciudad, a las dos de la madrugada.

Estás emocionada y nerviosa.

Verás a tu familia reunida -en este caso, la familia de tu madre- por completo. Todos aquellos primos y tíos que viven fuera del país, regresan esta noche. Todos aquellos primos y tíos que viven en otras ciudades, estarán sentados aquí. Y todos aquellos primos y tíos que casualmente ves en cada fiesta del año, aseguran su presencia ahí.

Estás emocionada y nerviosa.

La comida nunca ha sido tu fuerte. Dentro de tu corazón, está la inevitable queja sobre comer pavo. Los romeritos no son mucho de tu agrado y ¡Y, vaya, la ensalada de manzana jamás te ha puesto buenos ojos!

Ni pex. La vida continua y le echas ganas con cada pedazo de pan que te metes a la boca.

Luego están las bebidas, pero como tienes diez años y has visto de cerca los estragos y consecuencias del alcoholismo, decides que nunca en tu vida vas a probarlo, ni a caer en eso, porque tú eres más inteligente que el promedio de las personas. (Aunque es mentira, porque después cumples quince años y lo pruebas. Determinas que no es para ti, pero una vez que cumples dieciocho, comienzas a tomar con una frecuencia relativamente aterradora para una persona que juró jamás ser alcohólica)


Saludas a todos de beso, incluso aunque no te agraden del todo, incluso aunque NI TENGAS PUTA IDEA DE QUIÉNES SON. Los abrazas. "Sí, estoy bien, gracias", respondes. Finges sonrisas y esperas por dentro que nadie te saque plática de los adultos, porque no sólo los adultos te mega incomodan, sino porque tu introvertido ser está más cómodo estando solo.

Rezas un poco. Brindan un poco. Y seguimos con los regalos...

Qué emoción. Esperas que te den exactamente lo que pediste.

Alguien dice tu nombre y te acercas tímidamente al primo/a que tiene una bolsa llena de colores. Se ve abultada. Parece ser que sí te regalarán esa barbie/jueguete/libro/artefacto que tanto pediste.

Es una barbie, ¡Yay! Pero además de eso, ¡Una chamarra! Qué increíble regalo. Muchas gracias, primo/a.

Das tu regalo y el que recibe, te agradece, te abraza y posan para las fotos.

Todo se vuelve revoltoso después de eso, ya que lo que verdaderamente te interesaba era saber si conseguirías de regalo lo que habías imaginado.

En buenas navidades, así era. En malas navidades, no era tanto el caso.

Pero una vez teniendo tu preciado objeto en manos, lo abrazabas y decías mentalmente: "Bueno, aquí se acaba mi navidad. Fue una adorable navidad. Bye".





Okay.

Siéntanse libres de juzgar mi navidad y mi pensamiento y mi rutina de navidades cuando era una niña. Yo fácilmente puedo justificar mi materialismo con mi edad y mi condición humana.

Si realmente entienden las cosas, no me juzgarán.
Si no las entienden, está bien que me juzguen, no me molestaré.


¿Qué se puede decir?

Me encanta la navidad. Para mí representaba un tiempo de PAZ -porque no había clases y podía levantarme tardísimo y ver la tele y jugar con mi hermana y mi prima y ser libre y chalalá-, un tiempo de consideración hacia las personas ajenas -porque nos dábamos regalos entre nosotros-.

Pero, ¿Realmente eso es la navidad?


¿La navidad se sustenta en regalos lujosos, comidas costosas y abrazos hipócritas?





Cumplí quince años y comencé a inquitarme por esto.

¿Se trata de esto? ¿La navidad es un día al año? ¿Es todo?

Arreglarme, saludar, comer y recibir regalos.


Digo, tampoco es como si esperara una misa de mil horas, hincada ante el santísimo (?, u orando por los pobres que no están celebrando.
No espero que entonces, todo se le dé un sentido religioso. O sea, sí, ya sé que es el nacimiento de Yisus en el pesebre, con María y José, los burritos, las vaquitas, los pastoricitos pobres y los tres reyes magos que viajan para llevarle regalos por su nacimiento. -Regalos algo inútiles para un recién nacido, si me lo preguntan-

Ya, sí me sé esas historias. Que José se lleva a María porque Herodes manda matar a todos los niños y decide llevarla a su lugar de origen, en Belén. El Ángel (¿O Arcángel?) Gabriel les avisa y chalalá chalalá.

Pero, qué.

O sea, eso qué.

¿En qué parte de la historia, el humano perdió poquito el camino, y decidió que celebrar el nacimiento de Yisus sería a través de cenas costosísimas, usando abrigos y botas de pieles, sonriendo y fingiendo que quieres a todo el mundo y luego poniendo mala cara porque en el intercambio alguien gastó menos de lo que tú gastaste?





La navidad dejó de representar un momento de paz para el mundo y se volvió todo en materialismo puro:

Comprar los mejores regalos, para quedar bien ante los demás.
Comprar los mejores abrigos, vestidos, botas y corbatas, para quedar bien ante los demás.
Comprar la mejor comida, para quedar bien ante los demás.
Poner la mejor sonrisa, la mejor actitud, y el mejor perfume, para quedar bien ante los demás.

Y es todo. Se acabó.

Cuando somos niños, no nos importa mucho, porque vamos, así nos criaron. Con esa creencia. Al menos en mi caso, sí.

Aprender a agradecer lo que tengo fue tarea mía de mí y mirar a mi alrededor para darme cuenta de la mucha gente que sufre, también lo fue.


Me gusta pensar que no soy una persona materialista. No lo soy. Realmente a mí no me importan ese tipo de cosas y no sólo porque no tengo habilidad para las tecnologías o habilidad para conservar las cosas finas.

No tengo el mejor celular, ni me preocupa tenerlo. No tengo la mejor computadora ni me preocupa tenerla. No tengo la mejor impresora, no tengo la mejor ropa ni los mejores zapatos. No tengo ni siquiera las mejores ediciones de mis libros y/o mis discos y no me preocupa no tenerlo.
No.

O sea, son cosas.

Y tal vez porque nunca me ha sobrado nada, pero tampoco me ha faltado nada. No me interesan en lo más mínimo, como lo he escrito anteriormente.

Y no me importaba que la navidad se tratase de eso; si con ello mis padres, mi hermana, mis amigos y los demás eran felices, pues por mí estaba bien. No iba a ser su grinch.


Pero he llegado a un punto en que me está afectando.




Yo sé que es tiempo de juntarse con la familia y entrarle a los intercambios y a la comida y estar felices porque tenemos vida y eso, y hay que agradecer lo que tengo, pero siendo sincera, desde hace unas semanas estoy pasando por un verdadero infierno y a veces pienso que no la voy a contar...

¿De verdad creen que tengo ánimo de siquiera salir a Centro Max a buscar un regalo para alguno de mis primos que sólo veo cuando alguien se muere o es navidad o alguien se casa?

¿De verdad me ven con cara de enfundarme mi mejor vestido y alisarme el cabello?

¿De verdad me ven con la energía suficiente de ir por esa noche abrazando a diestra y ziniestra a un montón de cuerpos, cuyas mentes disto miles de año luz de siquiera reconocer?


Noooopeeeee.

Ahorita estoy en una etapa de mi vida oscura, fría y realmente estoy levantándome todos los días deseando mi propia muerte. Siento que me arrancan los órganos por dentro y esta desesperación y confusión que insisten en cavar hoyos en mi salud mental me están cobrando factura.

No.

Sé que es Navidad y sé que debería regresar a lo que hacía antes, cuando tenía diez años, pero ya crecí. Ya abrí los ojos y sé lo que quiero.

Quiero que no me jodan porque no me place entrarle a los intercambios, ya sean familiares o de mis amigos. -porque me pusieron mala cara cuando comenté en mi salón de que yo no quería participar en el intercambio-

Quiero que no me jodan porque no me place ir a una comida navideña que cuesta 200 pesos, cuando ni siquiera hay garantía de que exista algo que yo pueda comer.

Quiero que no me jodan porque falto a sus posadas, porque soy renuente a salir ciertos días con los amigos/parientes a convivir.

Quiero que no me jodan porque me tomo mi tiempo para reflexionar, para hallar fuerza en mi misma, en la deidad dentro de mi y en el universo que me rodea, para salir adelante. Para agradecer lo que tengo.

Hoy, ahorita, me está costando mucho más trabajo del habitual encontrar la luz en las cosas, en las personas, en las situaciones, en los sentimientos y en mí misma. Es difícil ver las cosas buenas, cuando mis ojos están tan llenos de lágrimas que ni siquiera puedo ver por dónde camino.



Quiero una navidad chingona.

Quiero una navidad en donde pase toda la noche repartiendo comida y cobijas a los pobres. Quiero una navidad en donde reparta juguetes a los niños de la calle. Quiero una navidad en donde esté escuchando las historias de los ancianos de los asilos. Quiero una navidad en donde le esté enseñando a los niños de los orfanatos villancicos en lenguaje de señas y contándoles cuentos. Quiero una navidad acogiendo a los animalitos de la calle, dándoles comida, un baño y un techo, aunque sea momentáneamente.

Quiero una navidad chingona, en donde no tenga que preocuparme por si compré el regalo ideal, por si me darán lo que yo quiero, por si mi falda no me hace ver como puta, por si mi cabello se mantendrá en su lugar toda la noche, por si me preguntan por el novio o mis cosas privadas- porque yo sé que lo hacen y déjenme reiterarles que mi vida personal es PERSONAL y es mía-, en donde no tenga que preocuparme por no entender los chismes familiares, en donde ni siquiera me duela ver asientos vacíos en la mesa.

Quiero una navidad donde pueda ser yo.

Donde pueda realmente inspirarme a agradecer lo que tengo. Donde pueda realmente ser feliz, llenarme de luz y de fuerza, para continuar con mi vida.

Quiero una navidad chingona.

Quiero una navidad con Ángel, con Ale, con Yazmín, con Memo, con Roberto, con Joseluis, con Jazmín, con Nuncio, con Kevin, con Karla, con Estefanía, con Diego, con José, con Marian, con Guillermo, con Asha, con Carlos, con Diana, con Diego, con Ingrid... ya saben, con mis amigos más cercanos. 
Quiero una navidad con mi prima Priss, quiero una navidad con mi tío Javier.
Quiero una navidad con Doña Petra ("mi" elegantísima gata), con Puchín (perro de mi abuela -que en paz descanse. Mi abuela, no el perro. Puchín sigue vivo) y con Solovino (perro mega simpático y súper popular por el Coecillo).

Quiero una navidad con mi música, con mi comida, con mis creencias.

Quiero una navidad conmigo misma.


Y entonces, es 18 de diciembre y estoy sentada en mi comedor, escuchando música navideña de Glee por Spotify, pensando en que tengo muchas ganas de comer pizza y tomar vodka.

Tal vez nunca he tenido ese tipo de navidades y quizás es por eso que las deseo tanto. Pero vamos...

Tengo 20 años. ¿No es tiempo ya de que comience a disfrutar mi vida?

Eso debería empezar ya, iniciando con las festividades...

Que la navidad deje de representar un momento de verdadero estrés financiero para todos. Que la navidad deje de representar verdaderas escenas de telenovelas al verte obligada a soportar a alguien a quien no soportas. Que la navidad deje de representar un comercial estúpidamente elitista y racista de Liverpool. Que la navidad deje de representar un tráfico en la ciudad, un peligro con el alcoholímetro y una razón para llorar.

Que la navidad saque lo mejor de nosotros y que eso mejor, dure todo el año.
Que la navidad nos recuerde lo que perdimos, sí, pero también lo que ganamos.
Que la navidad nos junte, tal vez no físicamente, pero sí espiritualmente. 


Que la navidad que se robaron, regrese. ¡Mejor! 

Que la navidad que se robaron, NOSOTROS la recuperemos. 



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