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viernes, 20 de noviembre de 2015

Yo Nunca, Nunca...




Guau, qué intensa semana, ¿No les parece?

Un día estoy bien, al momento siguiente la vida rompe mi espíritu, después aparecen mis amigos para darme la mano y luego alguien me apuñala por la espalda, para después verme enfrentada al amor en extinción que siento por alguien y me seco los ojos con la esperanza de que vendrán días mejores.

No es tanto esperanza. Es algo que ya lo sé.

No veo la manera en que estos días se puedan poner peor, aunque otra vez, no hay que tentar a la suerte y hay que agradecer lo que tenemos.

En fin.


Tengo tanto de qué hablarles, tanto de qué quejarme, y tanto de qué preguntarles, que mi cabeza siente una presión graciosa que hace que todo me dé vueltas. Quiero vomitar hasta los sueños, pero va...

Les voy a hablar de mi fin de semana salido desde las entrañas del infierno -no tanto, pero me encanta exagerar el asunto, u know-




Diego y Yazmín son dos amigos míos desde la secundaria. Yazmín ha sido mi mejor amiga desde entonces y Diego... bueno, se unió a nuestro bando después. A Yazmín y a mí nos gusta salir a ver pelis -sobre todo de terror- y a pasear; como el par de chicas jóvenes, simplonas y burbujeantes, no esperamos mucho de la vida, tenemos muy poco de qué quejarnos en realidad y compartimos nuestros universos con apenas un par de palabras. Así somos ella y yo.

Pero añadiendo a Diego a la ecuación, todo cambia. Para bien o para mal, Yazmín y yo nos "destrampamos". Diego es partidiario de "salir de la zona de confort", de andar de un lado a otro, de estar metido en los chismes de todo el mundo y de andar organizando a diestra y siniestra convivios humanos (Ufff, los que me encantan, ya me conocen).

Habían estado -los dos, tanto Diego como Yazmín- insistiendo en que yo saliera con ellos por la noche. Habían organizado un par de salidas, pero por alguna u otra razón, yo terminaba cancelándoles (¿Ven? No son mis amigas de las carreras las únicas a las que les he cancelado); llegó el tan esperado 14 de noviembre y lo inevitable salió a relucir:

Acá en mi pueblucho, se llevaría acabo el anual festival del globo. 

¡Qué padrísimo! ¡El cielo a horas inhumanas llenos de globos aerostáticos! ¡Un chingo de frío y un chingo de personas mezcladas en un mismo lugar con la ilusión de ver globos que no tienen forma alguna si los ves de cerca! ¡Horas de hambre, largos kilómetros en medio de la nada y una incertidumbre que te carcome por dentro por saber cuánto te cobrarán en el estacionamiento!


Hermoso, en verdad.

Diego, como el lindísimo boy scoDIGO NADA MÁS ES SCOUT, SORRY, MY BAD, nos incitó a acampar. Sí, a acampar ahí, en medio del pinche parque, a media noche, en medio del pinche frío y en medio de tanta bola de gente que realmente te deshumanizan.

Ok.

Yo había tenido una semana de mierda -y les consta-, y pensé seriamente en que si me quedaba en mi casa a no hacer nada, terminaría por encontrar nuevas maneras de autodestruirme, por lo que decidí acceder.

Sí, me iría con ellos dos a acampar.


Mega NOPE.

Al final, caminé por kilómetros yo, mi música y yo misma, en medio del frío y de las masas de gente que se abrían paso alrededor de mí. Terminé por perderme y tuve que sentarme a un lado de un árbol chueco para que me encontraran Diego y Yazmín y terminé con el trasero húmedo por estar tanto rato sentada en el césped húmedo (y no sé si era por el frío la humedad o porque alguien había dejado caer su cerveza)

No acampamos.





Yo fui muy honesta con ellos y les dije la neta:

"No quiero llegar a dormir a mi casa".

Equis cómo le hacía, igual y podía terminar dormida en el carro de Diego, pero la neta no quería llegar a mi casa.


Diego nos llevó a Yazmín y a mí a un bar; por cuarta (O quinta, ya no recuerdo bien) vez usé mi IFE. Entramos y nos acomodamos en una barra que daba frente a una pared. Literalmente le estábamos hablando a la pared. Había poca música a un volumen accesible, pero había mucha gente ocupando cada rincón del lugar. Diego se encargó de pedir nuestras bebidas. Al cabo de un rato, nos trajeron pinches vasotes como de a litro con una bebida azul con hielos y un popote de plástico barato.

-¿Qué es?- quise saber antes de probarlo, OBVIAMENTE. No soy estúpida, he visto La Rosa de Guadalupe y sé cómo terminan estas situaciones.

-Crayolas- o alguna mariconada así dijo Diego. Eso no aclaró en nada mi pregunta.

-¿Pero qué tienen?-

-Vodka, B/Voss, Sprite y poquito limón-


Ok, no parecía mala idea entonces, pero viendo en retrospectiva, la neta qué pendeja me vi.

Pero equis, continúo con mi relato.


Yazmín, Diego y yo decidimos jugar al "Yo nunca, nunca...", en donde el objetivo principal es conocer los secretos sucios y oscuros de tus amigos. Se trata de levantar una mano y decir una frase como: "Yo nunca, nunca... he visto encuerado a mi primo el guapote" y si sí lo hiciste, tienes que bajar un dedo.

Obviamente para este juego se necesita algo de alcohol, creatividad y mucha honestidad.

No sé cuánto rato estuvimos jugando así, pero cuando lo noté, ya llevaba más de la mitad de mi bebida y todo me empezó a dar vueltas.

Cañón, en malísima onda.

Sentía que arrastraba las palabras al hablar y actuaba de forma un poco descontrolada -incluso para mis estándares-; le pregunté varias veces a Yazmín si no me escuchaba muy borracha y ella aseguraba que no, pero por dentro yo sentía que sí.

Hubo un momento en la noche en que, mientras sonaba bien fuerte I Want To Break Free de Queen, literalmente sentí un vacío dentro de mí y vi mi reflejo rodeada de oscuridad dentro de mí. Como si fuera una extraña en mi propia piel.

Bastante extrañísimo.

Sentía que no me conocía; miraba mis manos y no les hallaba forma; Sentía que mis brazos y piernas temblaban y que el calor dentro de mi cuerpo se iba extendiendo. Rarísimo.

Entonces vino el golpe y todo terminó mal.



Todo daba vueltas, los oídos me zumbaban y sentía algo creciendo en mi interior. Cuando me bajé del banco alto y mis pies tocaron el suelo, inmediatamente vomité.

Vomité por todo el pasillo, vomité incluso cuando me tapé la boca para detenerlo, vomité incluso cuando me incliné para forzar a mi estómago a retener todo.

Vomité por todo el lugar, vomité por toda mi chamarra y vomité por todas mis manos, ensuciando el cabello que me caía en la cara y todo mal.

Malísima onda.

Le pedí a Diego que me trajera papel para limpiar todo mi desmadre, pero él aseguró que pasaría desapercibido porque "parece lluvia".

Vomité puro alcohol.


Saqué de mi cartera dos billetes de cien y se los di para que pagara mi parte y me senté en una silla de madera, recargué mi cabeza en mi brazo y le pedí a la deidad dentro de mi universo espiritual que no me dejara morir de esa manera tan poco glamourosa.
Cuando me hablaban, yo les respondía en señas, porque, pues, FUCK EVERYTHING, SÉ SEÑAS.
Tuvieron que sacarme casi cargando porque me iba de lado y todo bien feo. Me metí en la parte trasera del auto y me quedé recostada mirando al techo; Yazmín me puso de lado, según ella, para que no me fuera a "ahogar".


Les juro, malísima onda.


Ya no les cuento que nos detuvo el tránsito porque a Diego se le apagó el coche. No les cuento que le pidieron 700$ como mordida para dejarnos ir, porque si no, habría sido llevarse a Diego al tambo, su carro al rincón y que alguien tuviera que pasar por Yazmín y por mí. Ya no les cuento en qué terminó todo esto.

Sólo les diré que cuando desperté, la luz de la mañana me daba en la cara, el cielo era claro, el frío era dulce y el asiento trasero del carro de Diego jamás me pareció tan cómodo que la noche anterior.


Ugh.






El domingo por la tarde, un mensaje llegí a mi celular. Era una amiguita que voy a mantener en el anonimato porque qué oso que se enteren de mis problemas personales. Ya bastante caos mental les causo con mis problemas existenciales como para añadirles dolores de cabeza con los personales, so, prosigo:

Esta amiga me mandaba mensaje para charlarme un poco acerca de su fin de semana. Resulta que el sábado, mientras yo estaba luchando contra el frío, la oscuridad, los sentimientos de melancolía y el alcohol haciendo de las suyas en mi estómago, ella salía a cobeber con un güey que a mí me gusta un chingo.

Mi amiga lo sabe. Sabe que me gusta un chingo este hombre y decidió salir con él. Ellos dos. Solos.

Al principio, a causa de mi estado mega amensado, como que no entendí bien lo que me quería decir; después cayó sobre mí como una cubeta de agua fría. El sentimiento de ira, de confusión, de tristeza, de inseguridad y otra vez de dolor llegó a mí. Todo me atacó al mismo tiempo.

¿Qué? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿QUÉ?

Me lo tomé bien al principio, pero mientras me hacía ideas descabelladas en mi disfuncional e inestable mente, los sentimientos siguieron apuñalando mi corazón. Los ojos se me llenaron de lágrimas.

Quise bajarle a mi histrionismo diciéndome que yo no tengo derecho sobre este güey porque no es nada mío, y que si a mi amiga la invitó, fue por algo, y que si ella accedió, fue por algo, y que si él no me había invitado a mí, o siquiera se le hubiera ocurrido mi nombre cuando se le ocurrió la invitación a él, pos fue por algo.

Tomé mis sentimientos y los hice pequeños para guardarlos en un cajón del olvido dentro de mi ser. Pero no se los voy a negar, me sentí traicionada, me sentí estúpida, me sentí usada, me sentí humillada.

Herida y humillada.

Pero es mi amiga... ¿Cómo podría hacerme algo así?

Lo vi por todos lados e intenté darle una justificación:

Lo hizo sin pensar; lo hizo en el calor del momento. Lo hizo porque ni modo de rechazarlo; lo hizo porque ella tenía ganas de salir. Lo hizo y no tiene nada de malo, porque ni él ni yo somos algo en concreto. Lo hizo, pero me sigue queriendo a mí. Lo hizo, pero me prefiere a mí que a él...


Pero lo hizo sin pensar en mis sentimientos; lo hizo porque de verdad no hubo espacio para mí en su razón a la hora de elegir una respuesta. Lo hizo porque sería la tercera vez que lo rechazaba. Lo hizo porque tenía ganas de salir, porque está en edad de salir y porque tiene su derecho a salir. Lo hizo y eso no representa que haya ido a mayores con él, porque eso a mí no me interesa, no es mi asunto, porque ni él ni yo somos nada en concreto. Lo hizo, pero no me quiere a mí. Lo hizo, pero no me prefirió a mí sobre a él.


Lo hizo.

¿Y yo qué hice?

Al principio me molesté, pero después elegí seguir con una amistad que se tambaleaba por culpa de algo tan tonto y tan púber como esto.

Pero después de dos días de estarla evitando, parece ser que agoté su paciencia.

¿Qué podía sentir yo?

Yo estaba muy triste por lo que había hecho, porque sentí que todo lo que yo le había contado, lo que le había dicho, lo que le había confesado, no había tenido peso en ella. Mis palabras no significaban nada para ella. Ni mis palabras, ni mis sentimientos, ni yo misma.

Pero estaba más triste porque es una amiga a quien yo quiero mucho, muchísimo. Porque yo quiero que sigan las cosas como eran antes de esto, y porque yo quiero creer que esto no significa que sea el final de nuestra amistad.

Pero no sólo rompió mi corazón, sino que rompió mi confianza, mi seguridad en mí misma, mi tiempo y mis ganas de seguir con esto.

*Suspira largo y tendido*

Debo asegurar, nunca había pasado por algo similar, y eso me amarga mucho porque no sé cómo responder, cómo reaccionar, con quién acudir o a quién escuchar...

Pero después recuerdo que tengo 20 años y obvio no tengo las respuestas a todos los problemas que me vayan a suceder en mi existencia.

Me pudre pensar que me volví a equivocar. Me duele la vanidad, el orgullo, mi autoestima y me duele muchísimo mi amistad con ella.

Llegué a la conclusión de que me voy a dejar de estresar por esto, por él, por ella y por mí misma. Voy a dejar que las cosas fluyan, y que se quede quien se tenga que quedar y que se vaya quien se tenga que ir.



Para acabar de chingarme la existencia, ese mismo domingo, en la noche, que me llega otro mensaje.

Era de un número sin nombre, sin cara.

Decía mi nombre en diminutivo, aunque a decir verdad, me pareció algo confuso porque hay mucha gente que me llama en diminutivo. Pero la foto de perfil era inolvidable; ese avatar en blanco y negro no lo olvidaría en mucho tiempo.

Era este hombre, de quien les hablé hace algo de tiempo. Al súper mega inteligentísimo que resultó ser medio sociópata conmigo. 

Me hablaba para disculparse conmigo por "cómo me había tratado". Porque, después de una semana y dos días de nuestra separación, por fin entendió que lo había hecho mal. Que se había equivocado y que su egocentrismo me había orillado al límite de una relación más o menos digna y de amor.

Me dio gusto que me haya pedido perdón, porque entonces entendí que necesitaba eso, necesitaba saber que él estaba arrepentido de haberme tratado como me trató.

Pero también me reventó la madre porque entonces caí en cuenta de cuánto lo extrañaba; de que mi ser aún se aferraba a él, pero que no me había dado cuenta por tanto asunto que había tenido que manejar en mi vida.

No les voy a mentir:

Me gustó que me hubiera mandado un mensaje, me gustó que aún conservara mi número. 

Pero no me gustó que sentí que me estaba pasando por encima otra vez -y no en el sentido sexy de la oración-; no me gustó porque sentí otra vez esta necesidad de querer quererlo. No me gustó porque fue como abrir los ojos y darme cuenta de que no estaba aquí, conmigo. Y de que no estaría en un largo tiempo, probablemente nunca.

Me gustó que me tuviera presente, pero no me gustó que me hiciera sentir necesitada otra vez.

Así que después de agradecerle por haberse disculpado, y de haber aceptado su disculpa, le pedí -después de un par de preguntas- que me borrara ahora sí, que no me parecía justo hacer que lo extrañara, porque yo iba bien (bueeeeeno, másomenos) con mi vida.

No es justo ir y venir, decir y escuchar, hacer y deshacer en mi mente, en mi corazón y en mi existencia.

No es justo.

Y por mucho que aún me guste, por mucho que aún lo quiera, y por mucho que aún me duela, de verdad no quiero pasar por esto otra vez.




Así que como ven, mi fin de semana estuvo medio culero. La siguiente semana -o sea, esta, que se termina- estuvo medio culera.

No sé qué va a pasar con  mi creciente alcoholismo -les aseguro, es algo muy profesional, y muy artístico. Tomo porque me siento con ganas de sentirme en la misma dimensión universal que Stephen King, no porque me sienta triste o feliz-.

No sé qué va a pasar con mi amistad con esta chica. No sé lo que vaya a fracturar mi círculo de amistades. No sé cómo vaya a enfrentar tantos rumores, preguntas y miradas ajenas.

No sé qué va a pasar con este chico. Si me vuelve a buscar, tengo miedo de caer en su juego, pero confío en que el amor que profesa por mí es lo suficientemente fuerte como para mostrarme algo de respeto ahora y que se apegue a mi decisión de separarnos.

No sé qué va a pasar de ahora en adelante.

A veces siento que camino con los ojos vendados y no hay nada que pueda ayudarme a mantener el equilibrio. A veces siento que exagero un poco las cosas.

No sé cómo voy a enfrentar lo que se viene.

Pero algo les aseguro:

No voy a perder mi sentido del humor...


Porque yo nunca, nunca he dejado de buscarle el sentido artístico a la vida.

*baja toda la mano*







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