¿Qué decirles, amigos?
¿Les miento y les digo que estoy bien, que estoy siendo optimista y que todo va a pasar pronto?
¿O les digo la verdad?...
Ando muy inútil últimamente. No tengo cabeza para nada.
No puedo comer bien. No puedo pensar bien. No puedo descansar bien. No puedo concentrarme bien. Y no les voy a mentir, hasta el miércoles me di cuenta de que aún podía escribir -ya saben, tener ganas-.
La verdad...
Revivir dolor es una idea descabellada, pero no cuenta, porque "revivir" implica que murió. El mío está fresco, está presente y temo mucho que sea eterno.
He hablado sobre la muerte; muchos de ustedes me han escuchado, me han leído... saben cuál es mi opinión con respecto al asunto. A veces pienso en la muerte, en la ajena y en la propia. A veces pienso lo que sucederá en el mundo cuando mis padres mueran, o mi hermana muera. Cuando mi mejor amiga Ale muera o cuando mi mejor amigo Ángel muera.
A veces lo hago. No puedo no pensar en ello. Es una realidad tan inevitable, que procuro prepararme mentalmente.
Pero no les voy a mentir: hay ciertas personas que nunca aparecen en estas fantasías escabrosas.
Mi tío Gerardo es una de esas personas.
Hay algo que tengo muy presente que alguien de mi pasado me dijo y es algo que no puedo olvidar:
Me dijo: "Las personas no nos pertenecen, por lo tanto, no podemos perder a alguien".
Tiene sentido. Pero claro, cuando me dijo eso, las cosas eran diferentes. Hace dos años me dijeron eso y lo he tenido muy en cuenta. En mi mente se tatuó. Y no puedo deshacerme de sus palabras.
"Las personas no nos pertenecen, por lo tanto, no podemos perder a alguien"
Es cierto. Yo no perdí a alguien.
Estoy intentando ser fuerte. Estoy intentando buscar la luz en su muerte. Le estoy echando ganas, amigos, de verdad.
Pero a veces no puedo. No puedo.
Es normal sentir dolor, yo lo sé, es normal llorar y sentirse mal.
Pero esto ya evolucionó a algo más.
Esto no es dolor, no es tristeza. No sé qué sea.
No puedo respirar. Mi respiración es en base a suspiros largos, incómodos y poco saludables. Siento como si una especie de peso invisible hiciera presión sobre mi pecho.
No puedo comer. Mi comida se ha basado en básicamente mucho café, manzanas y pan. Es todo. Y aún así, no puedo deshacerme de la sensación de vacío en mi estómago. Es algo extraño. Es como entre hambre y saciedad. En cuanto comienzo a comer, me da un asco terrible y tengo de vomitar hasta los sueños.
No puedo concentrarme. Mi mente vaga de aquí a allá. No se detiene en un lugar fijo. Nada interesa, nada importa. Sólo pienso en regresar a mi casa a dormir. Sólo pienso en el momento en que pueda estar sola. Sólo pienso en lo mucho que tengo que hacer, pero que no haré.
No puedo estar con alguien más. No quiero estar con alguien más. No quiero estar aguantando sus miradas de lástima; no quiero estar fingiendo que estoy bien y teniendo que poner buena cara ante alguien. No quiero tener que estar respondiendo preguntas insulsas. No quiero tener que ser abrazada y ser recordada de que debo estar mal, debo estar destruida.
No puedo evitar sentir que debo buscarlo, que en cualquier momento aparecerá caminando por los pasillos de mi escuela; que quizás recibiré una notificación de él en facebook. Que quizás cuando pase cerca de su lugar de trabajo, me salude y me sonría con cara seria. Que tal vez algún profesor se dé cuenta de que somos parientes. Que a lo mejor algún compañero necesite algo de la biblioteca y se le ocurra pedirme a mí ayuda porque "es mi tío y a ti sí te hará paros".
Es casi un reflejo volver el rostro para buscarlo con la mirada y darme cuenta que no hay nadie ahí. Es como un golpe en el estómago caer en cuenta que no va caminar por ahí otra vez. No como yo espero.
Esto no es dolor. Esto es algo más.
Literalmente, el dolor que siente mi alma se transformó en dolor físico. Me duele el estómago -creo que comenzaré a desarrollar colitis nerviosa o alguna mariconada así-; me duele la cabeza, constantemente tengo muchos deseos de dormir. Respirar me duele. Caminar me duele. Incluso llorar es doloroso. Las lágrimas no son lágrimas de tristeza. Son lágrimas de ácido que queman mi piel.
Me duele la garganta como la puta madre y siento que me están arrancando los órganos por dentro.
Preferiría sufrir todo esto a cambio de que no hubiera razón de sufrirlo.
Me siento sin rumbo. Perdida. Desorientada. La gente me habla y no sé qué decir, no sé cómo responder, no sé qué hacer.
No sé si mentirles o si decirles la verdad.
¿Pero cuál es mi verdad?
La verdad es que esto no me lo imaginaba, ni en el más profundo círculo de mi infierno personal. Esto es real. Esto está pasando. Aquí. Ahora.
Estoy triste. Me siento muy triste y si por mí fuera, pasaría el día llorando, tumbada en el suelo, sin hacer absolutamente nada.
Estoy confundida. No entiendo nada. No sé qué pasó, no entiendo porqué pasó, no comprendo cuál es la situación.
Estoy enojada. Quiero gritarle a las personas. Me siento molesta, insatisfecha. ¿Por qué no se mueren otras personas en vez de él? ¿Por qué no me dejaron despedirme apropiadamente de él? ¿Por qué no me morí yo?; no hay día en que no me haga estas preguntas. Amanezco molesta.
¿Por qué no me morí yo en lugar de él?
Hubiera preferido morirme yo.
A la mierda conmigo. No me importa morirme. Lo prefiero. Prefiero morir yo a que él hubiera muerto.
Equis conmigo.
Algunas personas sufrirían, pero se les pasaría al cabo de un tiempo. No se compara al dolor y ausencia que dejó mi tío atrás.
Desearía haber muerto yo.
¿Por qué no me morí yo?
Y mientras estas cuchillas afiladas se deslizan por mi garganta, rompiéndome la voz, yo me veo en la penosa necesidad de andar explicando mi situación.
Alejo a las personas sin darme cuenta.
Soy grosera con ellas.
Y yo sé que no hay necesidad de explicar algo, porque yo no le debo nada a nadie, pero lo hago porque no quiero que existan malos entendidos.
No espero que lo comprendan, pero sí que lo sepan.
Camino por veredas de cristales rotos, directo al infierno. Es un infierno frío.
Y voy descalza, y voy sin abrigo alguno. El cabello me tapa los ojos y mis rodillas tiemblan demasiado.
No miro por dónde voy. Sólo sigo caminando, porque yo misma me he convencido de que seguir caminando me sacará a algún lugar.
¿A otro infierno, más cálido quizás? A lo mejor.
Tengo fe en que al final de este camino, encuentre algo de luz, un hermoso césped verde y hermosas nubes grisáceas.
Soy una persona excesivamente dramática que puede rayar en el histrionismo. Siento demasiado. Pienso demasiado.
Pero de verdad, me siento como en pausa.
Miro a la gente salir a hacer sus vidas; miro a mis compañeros que hacen sus vidas sin tener ningún pendiente, tan ligero el tiempo y tan apresurado el ambiente. Miro a mis demás tíos, tías, primos y primas que continuan como si nada hubiera pasado. Miro a mis padres, y ellos aún tienen el dolor en sus ojos, una punzada latente. Miro a mi hermana y veo sus redes sociales donde ella hace público su pesar y su luto para sanarse así misma.
Y luego me miro a mí misma en el espejo y no sé lo que estoy mirando.
No estoy ahí, en mis ojos. No estoy aquí, debajo de mi piel.
Es como si me hubiera ido a otro lado; como si me hubiera muerto en vida.
Probablemente fue así. He muerto en vida, por segunda ocasión.
Pero no todo es malo y oscuro. Hay cierta calidez en las cosas que me rodean, aunque no pueda acercame mucho a ellas.
He presenciado actos de generosidad, casi siempre enfocados hacia mí, por parte de extraños, compañeros y amigos.
Sé que muchos recuerdan a mi tío por sus cosas buenas; se quedaron de él una imagen buena y digna de ser recordada.
Me siento acompañada, incluso cuando estoy sentada por mi cuenta afuera de mi salón escuchando música triste.
Sé que muchos desean que esté mejor pronto. Sé que muchos se preocupan por mí.
Se los agradezco, lo aprecio mucho y lo guardo en mi corazón.
Mi tío Gerardo aka "Pipollos", es más que un tío para mí.
Fue mi primer amigo adulto.
Fue mi primer fan.
Fue el primer adulto en tenerme fe cuando le dije que quería ser escritora -o sea, incluso por encima de mis propios progenitores-
Siempre estuvo ahí, alentándome a perseguir lo que yo más deseaba en el mundo -que era convertirme en escritora-; siempre se preocupó por mi arte, por mi bienestar y por mi felicidad. Me acompañó durante la mayor parte de mi infancia. Estuvo sosteniéndome con sus brazos fuertes en los momentos de verdadera desolación y estuvo iluminando mis días con su sonrisa afable y sencilla.
No tienen idea de lo mucho que aprendí junto a él, lo mucho que aprendí de él.
Y creánme cuando les digo que estoy en verdad agradecida con la vida, Diosito, Buda, Satanás o cualquier deidad o fuerza cósmica del universo que me permitió coincidir en esta vida con él.
Hay muy poca gente con tal fuerza en su luz.
No lo digo porque es mi tío. No lo digo porque es mi mejor amigo adulto. No lo digo porque es mi primer fan. No lo digo porque lo amo con la intensidad con la que se puede amar y admirar a un maestro, a un amigo, a un padre.
Lo digo porque es cierto.
Porque ustedes coincidirían conmigo de haberlo conocido como yo.
Es una sensación agridulce la que me está envolviendo en este momento.
Estoy triste y quiero morirme, pero al mismo tiempo, estoy sonriendo por todo lo que he recordado para escribir esto.
Tengo ánimos de seguir y dedicar una parte de mi ser a él, pero tengo miedo de quedarme en una sombra de olvido y definitivamente decida olvidarlo para ahorrarme dolor.
Le estoy echando ganas. Estoy haciendo lo mejor que puedo.
Me río muy alto, hago chistes, voy a la escuela, salgo con mis amigos, contesto whatsapp, sigo ignorando a mis exs, sigo interesándome en conocer a las personas, sigo ampliando mis playlist, sigo escribiendo, sigo teniendo demás emociones, sigo ocupándome de mi vida, sigo respirando...
Porque estos latidos de un corazón roto siguen siendo latidos.
Porque este corazón roto algún día sanará y lo único que quedará de aquella pesadilla de hoy, hace ocho días, será una máscara de Blue Demon, una camiseta del pumas y los ojos llenos de vida de Pipollos.
Porque estos latidos sordos me sacarán de este infierno que he decidido dejar atrás.
Porque este corazón roto seguirá siendo mío y seguirá perteneciendo a mi ser y es lo que mantendrá a mi cuerpo en pie.
Y porque voy a echarle muchas ganas.
Porque él no se merece esto.
Porque yo no me merezco esto.
Porque ustedes no se merecen esto.
Y porque el dolor es inevitable, pero sufrir es opcional.
Y voy a llorar lo que tenga que llorar. Me va a doler lo que me tenga que doler. Voy a pasar por lo que tenga que pasar.
A veces, cuando siento que el dolor me ahoga y siento una presión en la cabeza que me hace creer que me voy a desmayar en cualquier momento, escucho un susurro en el viento diciéndome :"Todo estará bien".
No sé si sea Diosito (O satanás, puede ser, no sabemos). No sé si sea Gerardo, aka, Pipollos. No sé si sea yo misma. No sé si sea mi esquizofrenia. No sé si sea el exceso de café corriendo por mis venas. No sé si sea mi alcoholismo que me invita a dejarme seducir por esa hermosa y exquisita botella de Vodka que vi en el súper el otro día.
No sé lo que sea.
Pero si de algo estoy segura, son de tres cosas:
-La vida es así. Quejarme y llorar no va a cambiar nada.
-Stephen King es el hombre más cúl del mundo.
-Yo seguiré siendo su chinita y él seguirá siendo mi pipollos.
Y este amor, estos recuerdos y esta luz, NADIE, me lo va a quitar.
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