Translate

viernes, 2 de enero de 2015

Los vestigios del año pasado.

     Recuerdo cuando recibí el año nuevo (2014). Hacía MUCHO frío, estaba lloviendo, mi única protección contra el clima tan cruel era un gorro rosa y un chaleco esponjoso color café oscuro. Los pantalones entallados no me servían de refugio y mis pies se humedecían lentamente a pesar de estar atrapados en unas botas cortas. Estaba en la casa de una de mis tías comiendo pizza, tomando sidra (qué asco, por cierto) y viendo a mi tío intentar "crear" unas bocinas a base de vasos y algo de cartón, para pasar el resto de la velada escuchando música como Piano Man y Gagnam Style (¿Así se escribe?) 

     Cuando dieron las campanadas, tragué uvas como si no hubiera un mañana, pensando un deseo que olvidaría a la semana siguiente. Salí a la calle a media noche en medio de la lluvia y el frío invernal con una maleta y corrí en círculos con mi prima y mi hermana. Hice los rituales que normalmente se hacen, deseé lo que muchos desean y... ¿Y eso es todo? ¿Eso debería ser todo? 

     Al parecer no lo fue. Al cabo de un tiempo la muerte se deslizó por mi vida y me sonrió de diversas maneras, llevándose consigo a gente a mi alrededor. En el peor de los casos, gente a quien de verdad apreciaba. El destino siguió mostrándome que por mucho que quiera las cosas, a veces simplemente no está en posibilidades de suceder. Amé y fui correspondida para que al paso de un corto (exageradamente corto tiempo) cambiaran de opinión y "mejor no". Ok. Conocí a personas que, aunque estoy bastante segura (o eso quiero pensar) de que algo me van a enseñar, preferiría (aún lo hago) no conocerlas nunca. Di, perdí, gané y aprendí. 

     No ha sido el mejor año de mi vida (el 2014), pero ciertamente no ha sido el peor. 
     
     Pasaba demasiado tiempo lamentándome el no haber podido despedirme de mi abuela, el no haber podido abrazar más fuerte a mi tío Darío (que está en mi top 5 de mejores tíos), el no haber convivido más con uno de mis profesores favoritos, el no haberle tomado más fotos a Juan Antonio (un hermoso y simpático gatito que también se fue). Pasaba lamentándome mi dolor, regodeándome en mi miseria, quejándome amargamente por mi mala fortuna. ¿Es que así eran las cosas? ¿Crecías y de pronto todos se morían? Mis padres aún siguen conmigo, y mi hermana también, aún conservo tíos que de verdad me caen bien y estoy rodeada de amigos y gente que aprecio mucho, pero yo estaba más enfocada en lo negativo de mi vida. Estaba más enfocada en la tristeza, en el luto, en la maldad que gobernaba el mundo. 

     Soné muy desagradecida por muchas noches. Fui más arrogante y orgullosa de lo que normalmente soy. Maldije demasiado y estaba por completo dispuesta a mandar todo al olvido con tal de que todo estuviera mejor. 
 
    No sé qué me despertó. En algún momento me di cuenta de que estaba siendo una inmadura, una total llorona. Que lo que me tocaba no era sentir lástima de mí misma, sino que tenía que sacudirme del suelo, levantarme y continuar, porque a otras personas en alguna otra parte del mundo les iba a peor (no me equivoco, a mucha gente le va peor que a mí) y yo malgastando mi lástima, compasión y lágrimas en mí misma, sólo me hacía ver como una egocéntrica insufrible. Tal vez lo soy. Tal vez no tanto.

     No fue un mal año del todo. Así como lloré, me reí hasta que me doliera el estómago y las mejillas. Conocí a mucha gente TURBO buena onda, así como gente mala onda. Hice cosas que jamás pensé que haría y no me arrepiento. Hice cosas de las que sí me arrepentí. Y dejé de hacer ciertas cosas porque sólo ocupaban más mi tiempo.

   Desde muy corta edad quise creer en ésas fantasiosas ideas sobre usar ropa interior roja y amarilla (para cuestiones de amor y dinero), en usar amuletos o comer cierta cantidad de comida para deseos o algo así. Quise creer que podía YO hacer algo para decidir cómo me iba en el año.

    Si lo vemos en retrospectiva, saqué la maleta y corrí como demente y no viajé (no como se esperaba), pedí deseos y la mayoría no se hicieron realidad como tenía pensado. Hice ésas cosas y bueno... no me fue de lo más espectacular. 

    Creo que a todos nos ha dado miedo el sólo imaginar que estamos sueltos en el universo a la merced de cualquier voluntad bondadosa (o maligna, en su defecto), expuestos a cualquier cosa y mejor decidimos pensar que podemos tener algún poder sobre eso para decidir sobre nuestras vidas.

    Tengo 19 años (en la actualidad) y no sé si tengo razón, pero ésto es lo que pienso: No tenemos NINGÚN tipo de poder o influencia para decidir qué nos toca en la vida y qué no. No tenemos voz ni voto en la posibilidad de las cosas que flotan por la galaxia y en ésta realidad. No podemos elegir cómo nos va a ir.

    Pero sí podemos decidir cómo vamos a reaccionar, cómo vamos a seguir, cómo nos la vamos a pasar. Si la vida nos golpea, podemos decidir quedarnos en el suelo, rodeados por nuestro charco de lágrimas y lamentándonos por la cicatriz que posiblemente tendrás. O podemos levantarnos, sacudirnos y decir hit me with your besDIGO SOY MÁS FUERTE, MÁS INTELIGENTE Y MÁS AGRADECIDA/O DE LO QUE FUI ANTES DE QUE ME DERRIBARAS.

    Al final, los vestigios de los años y de nuestras vidas se quedan como migajas de galletas en mi suéter morado preferido. O como un poco de comida en los dientes. O como una basurita en el ojo.
En cuanto decidamos que IS ENOUGH, IT WILL BE ENOUGH.  

    O eso quiero pensar. Llámenme extremadamente idealista e ingenua, pero lo cierto es que mi nombre es Charlie Marian y así son las cosas. (al menos desde dónde las veo)


No hay comentarios:

Publicar un comentario