Tengo esta anécdota que me da mucha risa cada vez que la recuerdo:
Cuando estaba en la secundaria, (mi segunda secundaria), la gente ahí no era muy gentil conmigo que digamos. No eran buenos compañeros, tenían pensamientos estrechos y cuadrados y muchos de mis compañeros tenían complejo de inferioridad y buscaban atención por cualquier medio. Así pasaron dos años.
Durante ésos dos años, me era difícil encontrarles una razón que excusara su comportamiento. No me agradaban, no los consideraba realmente mis amigos. Eran mis compañeros. Eso era todo. Ellos JAMÁS reemplazarían a mis antiguas amistades (de la primera secundaria). Jamás nunca.
Entonces me gradué y las cosas cambiaron.
Entré a la preparatoria y, aunque conocí a gente buena onda e hice buenos amigos que hasta la fecha conservo, una parte de mí se pudrió y se retorció. La visión y pensamientos que tenía de mis viejos compañeros de secundaria cambió radicalmente. Comencé a extrañarlos, comencé a adorarlos, comencé a ver todo lo bueno que no había visto en nuestros años de convivencia. Idealicé muchas de mis amistades, fui positiva con muchas de mis malas experiencias y al final, un pedacito de mi corazón se quedó vacío al sentir que los necesitaba.
Yo buscaba por muchos medios las maneras para verlos. Les pedía (casi suplicaba) que salieran conmigo a convivir. Les pedía que nos viéramos para mantenernos al tanto de nuestras vidas. Les pedía que tuviéramos una comunicación decentemente frecuente.
Muchos se reían de mí. ¿Por qué, si durante tanto tiempo los rechacé, de la nada quería ser amiga de todos?
Desarrollé sentimientos románticos hacia más de alguno y sentía que me moría un poquito por dentro cada vez que no estaba con mi mejor amiga.
Todo era una locura. Les hacía vídeos para publicarlos en youtube y demostrarles lo mucho que los quería, lo mucho que me importaban y lo mucho que estaba dispuesta a perder por ellos. Lo hice. Guardaba con melancolía mis aventuras y mis malas pasadas. Siempre que salía temprano de la preparatoria, buscaba la manera de regresar a mi secundaria (porque también es prepa, turbo lol) para ver si podía encontrarme con alguno de mis amigos.
Éramos un grupo. Éramos amigos. Éramos ZanFe.
Pero entonces pasó el tiempo y me di cuenta de la tremenda ridiculez a la que me estaba sometiendo. Podía ver la burla con la que ellos me miraban, podía sentir las palabras filosas que soltaban a mis espaldas. Podía ver la realidad de ellos, mis "amigos".
No era que yo los extrañara. Era que extrañaba mi vida de antes. Extrañaba ésas sensaciones de pánico y estrés, de confusión y sorpresa, de decepción y malestar. Extrañaba todo eso.
No podía cerrar mi círculo con ellos.
Y así fueron pasaron los meses. Con el tiempo, dejé de buscarlos, dejé de responderles, dejé de ser su amiga. Dejé de representar ésa tonta niña de 15 años que pensaba que todos eran buenos y que todos querían ser sus amigos.
Dejé de estar en ése agujero de miseria y decepción que me provocaba no ser correspondida por mi entusiasmo y optimismo. Dejé de estar ciega.
Por lo que, durante mi último año de preparatoria, me dije a mí misma que sería suficiente.
"Hasta aquí llego yo".
Y hasta ahí llegué yo. Cerré mi ciclo, tajante, molesta y con una seguridad tan poco propia de mí.
Naturalmente, más de alguno se sorprendió. Más de alguno se ofendió.
Pero, es que en realidad, amigos, a mí eso no me importaba. ¿Amigos? ¿Yo necesitaba amigos?
No, gracias. Yo estaba bien con mi etapa de la preparatoria.
¿Yo, los necesitaba a ellos?
Por supuesto que NO.
Mi problema, como el de muchos, era que no podía cerrar mis ciclos. Era incapaz de darme cuenta cuándo era tiempo de decir adiós. Me resultaba increíblemente doloroso dejar ir.
Pero lo hice. Terminé por hacerlo.
Y más que la necesidad de tener más de un desaire para decidirme a hacerlo, fue mi propia necesidad de sentirme bien conmigo misma.
Estaba sufriendo demasiado y eso no era correcto. Era una niña de 17 años bastante infeliz.
Pero lo hice. Me deshice de ello. Cerré mi círculo sin culpa, sin vacilar, y sin mirar atrás.
Los ciclos están siempre presentes en nuestra vida. Ya sea en algo tan poco llamativo como el final de tu programa favorito (Glee), como algo tan fuerte como el hecho de dejar la adolescencia y llegar oficialmente a la edad "adulta" a tan sólo unas semanas (cumplo 20 años el 8 de abril).
Terminar relaciones amorosas o amistosas. Terminar con sueños imposibles y deseos escondidos. Terminar la carrera. Terminar mi vida...
El tiempo siempre está medido. Por segundos, por épocas, por etapas, por sucesos... Pero también por ciclos.
En mi opinión, y para tener la edad que tengo, no sabría decirles con elocuencia cómo cerrar un círculo. A mis 19, casi 20, años, todavía me es un poco difícil saber cuándo es tiempo de cerrar una cierta amistad, un cierto noviazgo, un cierto camino. Me es difícil. No creo que exista alguien que pueda hacerlo en un abrir y cerrar de ojos.
Es parte de nuestra naturaleza humana aferrarnos a algo que nos hizo feliz, aunque sea por diez minutos. Es la esperanza de revivir ése sentimiento lo que nos mantiene pegados al ciclo, sin considerar seriamente que, tras ésa etapa, seguirán más y mejores.
El miedo a jamás volver a sentir lo que sentimos, jamás volver a vivir lo que vivimos y jamás volver a tener las mismas oportunidades es lo que muchas veces nos impide vivir bien.
No, sé que nunca volveré a tener otra etapa de secundaria (al menos no en esta vida y como Charlie Marian). Sé que nunca volveré a tener los mismos amigos, las mismas oportunidades, los mismos caminos, las mismas lecciones... Lo sé.
Pero, ¿Eso necesariamente es algo malo?
No entendía por qué mi ex novio (el único que me ha dejado, quisiera recalcar. A mí todos me aman) había decidido terminar conmigo así de la nada. No entendía por qué mi primera mejor amiga había tomado la decisión de mandarme por un tubo. No entendía por qué debía hacer examen de admisión para la preparatoria, si en mi secundaria había preparatoria incluída. No entendía por qué mis amigos de la secundaria se sorprendían tanto de que yo insistiera demasiado en verlos.
No entendía por qué, si a mí me resultaba complicado seguir con mi vida, a los demás no.
Y la vida no es así, amigos.
Tampoco se trata de mandar a la chingada a todos y todo sólo porque cumpliste 18 años, o porque ya tienes carro, o porque terminaste con tu novia. No.
Aquí la clave es saber cuando es suficiente de algo. Es saber cuando algo ya no da para más. Eso es difícil. Muy difícil.
En lo que a mí respecta, las lecciones son éstas:
*Las oportunidades que tenemos en la vida están indudablemente ligadas a las veces que terminemos con algo.
*Las etapas, los ciclos, las relaciones, como quieran llamarles, se pudren también. Debemos enfocarnos y ser analíticos para cuando las cosas comiencen a oler mal. Tampoco digo que al primer problema, te laves las manos y te deslindes de todo. No. Pero sí entender cuándo algo ya no es sano. Cuando algo ya lleva demasiado tiempo "muerto" y es difícil llevarlo a cuestas.
*El dolor que esto conlleva, es opcional.
Sí, nos va a doler, sí, será difícil. Pero sufrir por eso como yo lo hice por varios años es opcional. Yo elegí eso, porque creí que era menos traumatico que decir adiós. Ahora si me preguntaran, hubiera preferido decir adiós a todos mucho antes.
La vida se compone de momentos. Buenos y malos. Se compone de sabiduría y de estupidez. Se compone de fracasos y de aciertos.
Pero la vida se divide en ciclos. ¿Hay vida más allá de un corazón roto? ¡Claro que la hay! Soy la prueba viviente de ello. En el momento en que decidí vivir, comencé a vivir más.
No se trata de estar tristes y preocupados porque jamás habrá un programa como Glee otra vez en el milenio. No.
Se trata de vivir las lecciones.
No se trata de vivir en el recuerdo. Se trata de celebrar el legado.
(De mis canciones turbo ultra favoritas :D )
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